
¿Sabías que muchas de las tradiciones culinarias de la Semana Santa nacieron de la necesidad de compartir y cuidar al otro? En cada rincón del mundo, la Pascua se ha vivido como un tiempo de encuentro, reflexión… y también de cocina en comunidad.
Y aunque los años han traído nuevos sabores, lo que no ha cambiado es el deseo de compartir con quienes más queremos. Que nadie se quede fuera, en la mesa ni en la tradición.
La Pascua es renovación, encuentro, y también es mesa compartida
Pero, ¿qué pasa cuando en esa mesa hay alguien que vive con diabetes? Que no tiene por qué pasar nada diferente, si sabemos cómo incluir, adaptar y celebrar desde el cuidado.
La Semana Santa y la Pascua están llenas de historia, símbolos y sabores. Desde los antiguos ayunos cristianos hasta las modernas monas de Pascua, hay una narrativa que nos une como familia, como cultura y como sociedad. Y en esa narrativa, las personas con diabetes también tienen su lugar, sin tener que justificarse, sin sentirse una excepción.
De la abstinencia a la celebración: una Pascua que se vive en la mesa
Durante siglos, los cristianos vivieron la Cuaresma como un tiempo de recogimiento y abstinencia. Se evitaban las carnes, se cocinaban platos sencillos —potajes de garbanzos, espinacas, bacalao— y se esperaba con ilusión el Domingo de Resurrección para volver a la mesa festiva.
Muchas de esas recetas tradicionales siguen vivas hoy, y curiosamente, muchas de ellas son perfectamente compatibles con una alimentación saludable y adaptada a la diabetes, como:
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El potaje de vigilia con garbanzos y espinacas (rico en fibra, sin grasas saturadas).
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El bacalao al horno con tomate natural y pimientos, sin rebozados ni azúcares.
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Los panes de Pascua integrales, con frutos secos y menos harina refinada.